lunes, 25 de junio de 2012

Criterion Auction House

Bueno, ladys and gentlemen..., hoy que hace un día más bonito y para sacarme el mal sabor de conciencia de la ultima crítica (aunque no fuera despiadada y el tipo se la mereciera...), me gustaría hablaros de las pequeñas y humildes cosas que tiene el arte..., y sobretodo el mercado del arte. Acostumbrados estamos a las Federicas mise en scène de las grandes casas de subastas y sus preciados tesoros (por ejemplo, para ver ese famoso -y maravilloso- Grito en Londres, tenías que pasar por dos detectores de metales y hacer una cola de 50 personas, todo ello en escasos 10m2 y siempre rodeado de tipos muy grandes que, finalmente te conducían a una sala oscura donde, a prudente distancia y detrás del mismo cristal que protege a esa chica tan Mona, un rayo de luz divina e estudiadíssima te transportaba suavemente acariciándote la sensibilidad, hacia ese símbolo de la desesperación). Y afortunados somos de que así sea, incluso con mis exageraciones. Adoro toda esa parafernalia y más aún las obras que allí nos rodean...tan bellas, tan exquisitas..., con tanta história y tan inalcanzables.... (eso aún nos pone más..., dicen). En fin, que no solo de caviar vive el hombre, y en todas las ciudades, hay aquellas pequeñas casas de subasta que dan entrada y salida a la mayoría de nosotros todos. Hoy hablaré de una de ellas: Criterion de Londres...



Adorable espacio que aún nadie sabe como se mantiene (con muy discretas ventas y solo un 15% de comisión). Con amor, por supuesto... pero tampoco esa passión romántica por las causas perdidas, más bién como el del jardinero perezoso que deja crecer la hiedra y la bugambilia con plena libertad y que al final convierten cualquier espacio, en ensoñación. Sus empleados van como en un piloto automático que no estressa surcando esta cueva de Alí-Baba en el norte de Londres y que acaba sacando las cosas adelante sin grandes alardes épicos... y no es fácil con esa cantidad de objetos cada semana.... Las mozas de la recepción, encantadoras como mi abuela. El entrañable especialista, una espècie de Geppetto irónico y de vuelta de todo, parece que esté más pendiente de la comodidad de sus clientes que de sus bienes, siempre secundarios...casi sin valor...y efectivamente, muy poco de lo que encuentres en esta sala, tendrá algún valor económico. Sin embargo está muy concurrida, la mayoría Pinochos que nunca se creyeron el cuento ni se les ocurrió aprender a afeitarse, pero también encuentras la Hada Azul, embutida en gabardina y soñando con otro jarrón de porcelana dos veces pasada de moda y un poco descantillada para hacerla un poco más de compañia o a una joven Cleo pensando en la forma más cool de decorar su estudio, mostrando sus tatuajes a babosos pero sabios Juanes y Gedeónes esperando que les caiga una ganga. Mientras, los Polilla como yo, intentamos escudriñar entre los restos del naufragio esa pieza olvidada y siempre valuossísima que nunca encontramos, pero que está por alguna parte.... Un proceso que implica agarrar, toquetear, ensuciar, voltear e incluso escupir (con la mirada del que sabe lo que está haciendo), todas las antigüedades -o no- que te hallan secuestrado la imaginación y que, por unas pocas monedas, será el delirio de tus descansos cuando lo contemples desde el sofá de tu casa, o la reina de los comentarios cuando algunos envidiosos amigos vengan a cenar o, con un poco de suerte, el próximo récord provincial para un payaso de Murano en la siguiente auction.
Porque al final ese es el encanto de estas casas de subastas sin pretensiones...ni posibilidades, cada uno de esos indiferentes y maravillosos objetos,  obras de arte todos, como mínimo, tiene un Sr. Strómboli escondido en su superficie.

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